sábado, 11 de julio de 2015

NO TODAS LAS CIUDADES DEJAN HUELLA

Siempre he tenido una pequeña debilidad por las ciudades del Norte de Europa. Esas poblaciones tienen algo mágico, una cosa que me atrae hacia ellas y cuando las visito me hacen sentirme especial, me hacen sentirme en casa y me dejan con muchas ganas de más. Mi primera vez me paso con Amsterdam (Países Bajos) en el 2009. Me enamoré completamente de la ciudad, de su vida social, del ambiente, de sus canales, de la gente y de la vida que se llevaba ahí. Tanto fue así que en los dos años siguientes fui tres veces más a visitarla en cuando tenia la oportunidad.

AMSTERDAM

Sinceramente y después de eso pensé que Amsterdam era mi ciudad, que quería vivir ahí durante un tiempo, ya que durante los años siguientes viaje, viaje mucho, a otros países, a otras ciudades y aunque eran todas preciosas, que me gustaban como: Londres (Reino Unido), Berlín (Alemania), Amman (Jordania), Jerusalén (Israel), Estambul (Turquía), Madrid (España), Bruselas (Bélgica), Bucarest (Romania)…ninguna me hizo sentir lo mismo que Amsterdam. Pero este septiembre, llegué  a Dublín (Irlanda). El caso de esta ciudad es especial, he estado viviendo durante siete meses y de algún modo acabas enamorándote y queriendo esa ciudad que ha estado aguantando tus fechorías y aventuras. Pero este caso es especial, como dicen el roce hace el cariño, así que supongo que la convivencia me hizo tener un gran recuerdo de Dublín y echarla de menos aún ahora.

DUBLIN
Así que después de llegar a esa conclusión, pensé que lo que me había pasado con Amsterdam era más o menos lo mismo, verla tantas veces y vivir alguna que otra experiencia, me hizo que la quisiera más. Pero tenía que llegar el puente de mayo de este año y irme a Copenhague para volver a sentir lo mismo. Ese nosequé que sentí al visitar la ciudad, no parecer turista, sentirse del país, mirar a tu alrededor y pensar en lo que encajarías en este lugar, y no por físico, porque me guste el frío o por adorar la ciudad en sí. No, sino por la vida de ahí. Los canales, las bicicletas, las personas, el “rollo” que llevan entre bohemio y bucólico. Es como una llamada que la sentí en Amsterdam y ahora en Copenhagen. No sé como expresarlo mejor que esto, pero lo siento dentro de mí,  porque cada vez que tengo que coger el avión para despedirme de la ciudad en cuestión, me quedo con ganas de más, de estar más tiempo, de vivir una temporada y de alguna manera me voy con un recuerdo increíble de la ciudad y de un deseo enorme de futuro: Poder vivir una temporada en esas tierras.



Muchas gracias

- EQUIPO BLÚRINA -


COPENHAGUE



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